En el
principio estaba de un lado la nada y del otro estaba yo, con 7 días de no
haberme bañado, emanaba un olor fétido, nauseabundo; también había
acumulado grasa en los parpados, detrás de las orejas, en medio de
los dedos de los pies; entonces pasé sobre mi cuerpo una toalla, restregué
en lugares nunca explorados y cuando ya al final el trapo estaba totalmente
cargado de mugre, entonces la tierra, entonces las montañas y la selva.
Resfriado
había permanecido en cama esos días, con lágrimas, mocos y flema fue entonces
cuando al primer estornudo, una masa verde y gigante cayó sobre la tolla y de
allí, los mares, los ríos y océanos; repletos de espesor contagioso y amargo,
como la sal que se respira a la orilla de una playa y la que se prueba cuando
entras al mar.
Entonces
tuve la suficiente fuerza para levantarme e ir al baño a calmar mis instintos
animales y los hice, aliviado, nuevo y liviano, regresé a la cama y se me
antojó quizás masturbarme un poco, entonces lo hice, fue placentero pero con
ello, lo poco que tenía de energía se fue con el público que salía de mi
glande, millones y millones de seres se decidían a partir hacia un nuevo mundo,
entonces cayeron en la tolla con mugre y flema, y de allí, la humanidad.
De
estos engendros, las familias; vivían primero en pequeñas comunidades a las
orillas de las flemas, les gustaba bañarse en ellas, hacer una que otra gárgara
y luego escupírsela a su compañero; tener una vida tranquila y surfear por las
tardes, esa era la vida que tenían, prospera y tranquila.
Luego vinieron gentes extrañas del norte, de la mugre empinada, bajaban enojados y molestos, estos tenían otro modo de vida, les incomodaba mucho el sol, trabajan en minas por lo menos 12 horas al día, comían piedras y tomaban muy poca flema, la deshidratación era una las principales causas de muerte. Entonces bajaron donde los muy perezosos hippies de la costa y les ofrecieron mugre, tierra, capitalismo, edificios, hoteles, moteles cinco estrellas donde podrían pasar la noche por solo diez dólares con la persona que quisieran y nuestros hippies aceptaron, todo a cambio de un poco de ese liquido espeso y verde.
Comenzaron
las construcciones, entonces cada vez más los costeños se sentían amenazados
por las grandes maquinarias, vehículos que movían grandes cantidades de tierra con
sello “Uña y Mugre Construcciones” llegaban cada día más y el encargado de la
obra, un gran hacendado de tierras en la colina, era un magnifico empresario y
negociante, no había nadie en toda la zona que no haya hecho negocios con él,
fue por eso que los hippies comenzaron a desconfiar de él, ya que habían
escuchado rumores de que en la zona de los volcanes, él provoco el derrumbamiento
de un sector y murieron muchos hippies obreros.
Paso
poco tiempo; los hippies se organizaron pero como eran un grupo naturalista,
vegetariano y libre de organizaciones burocráticas nunca tuvieron un líder que
los respaldara en lo que ellos estaban y no de acuerdo entonces hicieron una
gran marcha pacífica en donde todos hablaban por todos, todos gritaban por
todos, hippies intelectuales, artistas, escritores.
Hasta
que llegó el día de que el dueño de “Uña y Mugre Construcciones” tendría que
hablar con él, se reunieron, Don Uña y Mugre ofreció un café, los hippies
dijeron no -tomamos mate- está bien y fue en ese instante en el que me decidí
por coger la toalla tenderla, mojarla, limpiarla y dejar de jugar a ser algún
tipo de dios que quizás no controla las situaciones y sin embargo permanece
inmóvil mientras las observa.
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